Aquí os dejo un Relato que acabo de hacer. Es un homenaje al impresionante libro de
Miguel Aguerralde,
Última Parada: La Casa de Muñecas. Espero que os guste, y que el autor en el que me baso, me pueda perdonar, o al menos, tomárselo con humor.
Brad es un policía un tanto
peculiar, con unos métodos muy personales y una forma de
trabajar que sólo el comprende. Se levanta como cada día
a las 7 de la mañana para ir a trabajar. Se da una ducha de
casi una hora y prepara un buen desayuno, a base de tostadas, bacon,
huevos y una cantidad indecente de café. Es su forma de
recargar la batería.
Tras este cotidiano proceso, sale
de su hogar -vive en un Motel de una estrella, donde la chica de la
limpieza pasa una vez cada quince días- y se monta en su nuevo
coche. Se cae a pedazos, pero cumple su función, que no es
otra que llevarlo al trabajo y traerlo de vuelta.
Llega a la comisaría, como
siempre, con media hora de retraso. La gente, le puso un apodo a raiz
de un accidente que tuvo hace unos años. Se había caido
de una bicicleta cuando perseguía a un ladrón, y se
rompió una pierna. Desde entonces su extremidad derecha, no
funcionaba todo lo bien que debería. De ahí que la
gente le conozca como, Brad el Cojo.
Ya está acostumbrado a su
apodo, asique responde al nombre como si fuera el suyo de nacimiento.
Hoy tiene un caso muy importante.
Al parece, un sádico personaje se dedica a arrancar miembros
de las mujeres para crear una especie de casa de muñecas. Es
un tanto macabro, pero le gusta este tipo de casos. Le hacen estar
vivo y querer levantarse cada mañana para ir al trabajo.
Su jefe le da la dirección
del último escenario y se dirige hacia allí raudo y
veloz. El calor en la calle es cada vez más insoportable, y la
caravana de coches no ayudan a hacer el trayecto más
llevadero. Tarda casi una hora en llegar a su destino. Es un edificio
de 30 plantas, con la mala suerte de que tiene que subir hasta el
piso número 24 y el ascensor está estropeado. Tarda
casi media hora en llegar. No está en muy buena forma como
podeis comprobar.
Cuando llega arriba, la habitación
estaba llena de agentes de policía. Estos le saludan
inclinando la cabeza. Entra buscando una escena grotesca, llena de
restos de mujeres y litros de sangre por todas partes, pero lo único
que encuentra es una mujer consolando a su hija de tres años.
Brad frunce el ceño y se
acerca a la mujer. Esta le explica que un hombre entró en la
casa portanto un cortauñas como arma -estaba muy afilado- y
que con gran rapidez, se llevó todas las muñecas de su
hija. En el proceso destrozó la casa donde la pequeña
niña las guardaba con especial esmero.
El Cojo, se echó las manos
a la cabeza. Resulta que el sospechoso no era ningún asesino,
sino un hombre al que le gustaban las muñecas, y con las
cuales quería hacer la casa perfecta. Esto era totalmente
subrrealista, se decia Brad. Como la gente puede estar tan mal de la
cabeza, era algo que Brad nunca comprendía.
Decidió investigar a fondo
para terminar cuanto antes. Este trabajo se lo tendrían que
haber mandado a otra persona con más sangre fría, pero
el jefe es el que manda.
Interrogó
a todos los testigos, y cada uno le decía una cosa diferente.
Unos decían que había sido un hombre alto. Otros
afirmaban que el sospechoso era un enano disfrazado. Incluso llegaron
a decir que una mujer con espada había irrumpido en el
domicilio de la víctima. Ninguna de las teorías
convenció a Brad, asique decidió buscar pistas por los
alrededores.
Cerca del edificio donde se
produjo el robo, encontró un montón de muñecas
desmembradas. La escena era horrible. El plástico se retorcia
de mil maneras. Era dificil mantener la vista hacia tan cruel escena.
Hizo de tripas corazón y revolvió entre los restos.
Encontró un dni entre las muñecas. Seguro que se le
había caido al delincuente. Se montó en su coche y
puso rumbo hacia esa dirección. Era una casa a las afueras de
la ciudad. Bastante bien cuidada aunque con unos colores demasiado
llamativos. Era difícil no dar con ella.
Llamó a la puerta con
seguridad y esperó. Un hombre de unos 50 años le abrió
la puerta. Tenía un aspecto desmejorado y la ropa estaba llena
de restos, de lo que parecía, pequeños trozos de
plástico. Brad, saco su arma y apuntó al hombre con
firmeza. Le pidió que levantara las manos y que le mostrara
donde tenía a sus victimas. Le llevo hacia una habitación.
La imagen era desoladora. Tenía decenas de muñecas
colgadas del techo. Estaban atravesadas por afilados garfios. A unas
les faltaban los ojos, a otras los brazos o las piernas. El olor a
plástico quemado era insoportable.
El agente le golpeó con la
pistola, tras lo cual cayó inconsciente sobre el suelo. Brad
llamo a la policía para que acudiera lo más rápido
posible. Quizá, pudieran salvar a algunas de las muñecas
que allí había. Esposó al delincuente y salió
al exterior. Ya había visto suficiente. Nunca en la vida había
tenido un caso tan duro como este.
La policía tardó
pocos minutos en llegar. Se llevaron al hombre y a las víctimas.
Muchos agentes no creían lo que estaban viendo. Sería
muy difícil olvidar esa grotesca imagen.
Brad el Cojo, necesitaba
descansar. Puso rumbo a su casa, donde allí se tomaría
un merecido baño, una cena caliente y un sueño
relajante. Mañana le esperaba otro duro día, lleno de
ladrones, asesinos y un sin fín de inhumanos personajes. Pero
esa era su vida, y así había decidido vivirla.
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